jueves, 20 de marzo de 2008

DOS PUNTOS DE VISTA

LA NIÑA DEL ESPEJO



Sólo se escuchaba el ruido de los motores. Estaba apoyada con la cabeza en el asiento, completamente rígida.


Abrió los ojos y miró por la ventana. Era un día soleado en el que ninguna nube se atrevería a ecplipsar el cielo. Abajo, un mar tranquilo se extendía ante ella. Su vista se perdió en el horizonte.


Embelesada, por su abeza rondaban todo tipo de pensamientos: su familia, sus amigos, su vida, él...todo atrás. Observó el avión. Los pasajeros se encontraban dormidos, o charlaban distraidamente con sus acompañantes. No sabía en que vuelo había embarcado, pero sinceramente tampoco le interesaba demasiado.


Dio un largo sorbo de agua y respiró profundamente mientras cerrabalos ojos. ¿Cómo había llegado a aquella situación? ¿Realmente no tenía otra alternativa?


Se levantó de su asiento despacio, inadida por una xtraña sensación. Algo la reconcomía por dentro. Se dirigió al baño, y una vez dentro se aclaró la cara. Se miró por última vez al espejo. Estaba demacrada, envejecida, y por la cara surcaban bastantes arrugas. Los estragos de la droga.


Volvió a dirigir su mirada hacia el espejo, aunque esta vez no encontrase esa cara austera al otro lado, sino a una niña. Le guiñó un ojo y desapareció.


Regresó a su asiento, y de la pequeña bolsa que le acompañaba sacó un frasco con un líquido verdoso. Vertió el contenido sobre su vaso, y sin pensarlo dos veces, bebió hasta la última gota contenida.


Enseguida notó que un intenso fuego la recorría el cuerpo, mientras las imágenes de su acabada vida pasaban a toda velocidad por su mente. Una lágrima brotó de sus ojos mintras el último aliento envenenado se escapaba de su boca.



<<Una vez mas...>> era todo lo que se le pasaba por la cabeza. Estaba harto de aquel modo de vida: avión, borrachos, avión, borrachos. Así pasaba sus días, entono a su trabajo, su asqueroso trabajo. ¿Su oficio? Viajar de un lugar a otro de este mísero mundo en busca de empresario tremendamente adinerados a la par que orgullosos, sin pausa, sin descanso. Por supuesto que su nivel adquisitivo había ascendido como la espuma al igual que su estatus social, pero aquella forma de desperdiciar el tiempo carecía de precio. Y así, una y otra vez, embarcaba en cada viaje y pasaba cada destino.


Entonces, solamente entonces, algo había llamado su atención. Un par de filas tras de sí, junto a la ventanilla de la parte derecha del avión, contempló con extrañeza el desaliento de la juventud. Si existe algo peor que presenciar con pasividad los estragos de la vejez, es observar como ambos conviven en un momento impropio para envejecer y equivocado para la ignorancia.

Ella permanecía con una difunta rigidez, sin atreverse si quiera a alzar la mirada. Vivió entonces uno de esos momentos en los que compruebas con amargura la grandeza de las desdichas ajenas que, ante las propias hacen de éstas meras anécdotas, y nos sentimos estúpidos. Embargado por la compasión, todos sus pensamientos anteriores se nublaron y le fue imposible separar la mirada.

Curiosamente, aquella escena digna de la mayor de las tragedias, fue un gran impulso para tomar su determinación personal. Dejaría la vida que había llevado desde hace tanto tiempo como para no recordar un comienzo. Vivir y no sobrevivir, como hasta el momento. Todo aquel lamento agónico, clamando ayuda, sorprendentemente la había otorgado en vez de recibirla.

Mientra la euforia le invadía apoderándose de su ánimo por entero, la mujer se levantó con decisión, dirigiéndose al cuarto de baño. Esperó con la impotencia propia de la desdicha inazorable. Finalmente, al cabo de apenas unos minutos, volvió. Se sentó de nuevo en su asiento con un aire renovado. Parecía como si hubiera vuelto a nacer, como si no fuese la misma persona que tanto le había fascinado. Daba la sensación de que esa misma euforia que despertó en su interior tras contemplarla se hubiese transferido al origen de todo. Atisbos de profundo sosiego, de tranquilidad absoluta, le conducían al desconcierto.

Lo que prosiguió le sacó de dudas. No sabía que estaba ocurriendo realmente, no podía saberlo sin más, mas intuía el resultado. Tras comprobar cómo apuraba la copa, la certeza se convirtió en hecho. La muerte no necesitó nunca de comprobación médica realmente, podía presentirse en el ambiente... a su alrededor.

Ella había dejado de respirar y él, con una falsa ajenidad e ignorancia, se dejó caer sobre el respaldo y cerró los ojos. Ahora él gozaba la par de la seguridad y ella dejaba atrás toda desgracia, todo dolor padecido, para dar paso a la maravillosa tragedia de la quietud.

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